El pasado fin de semana, del 4 al 6 de abril, Sevilla fue el escenario de una aventura inolvidable que hizo volar la imaginación y las ganas de aprender de 31 pequeños grandes viajeros, con edades entre 10 y 12 años, llegados desde todos los rincones de Andalucía, Extremadura y Melilla. Junto a sus maestros, educadores y monitores, vivieron una experiencia educativa diferente, divertida y llena de sorpresas, en la que el pasaporte más importante fue la ilusión.

La jornada, titulada “Ven a conocer mundo” , comenzó el viernes por la tarde con una gymkana que puso a prueba la energía y el ingenio de todos. Entre risas y carreras, jugaron al clásico “ponle el cascabel al gato”, se divirtieron con una peculiar versión de “la queda”, y disfrutaron de una actividad musical con vasos que terminó siendo todo un espectáculo rítmico. Y como todo gran comienzo merece una gran celebración, cerraron el día con una coreografía grupal que unió a todos en un solo ritmo.

El sábado amaneció lleno de curiosidad y ganas de explorar. Por la mañana, los talleres llevaron a los participantes a conocer a través de maquetas, historias y vivencias,  los lugares más emblemáticos de Sevilla: la majestuosa Plaza de España, el Palacio de San Telmo, la Torre del Oro (o como cariñosamente la bautizaron, la “Torre del Loro”) y la imponente Catedral. También crearon sus propias fragancias, diseñadas para acompañar distintos estados de ánimo, y participaron en un teatro donde la historia cobró vida a través de anécdotas tan divertidas como educativas.

Por la tarde, el grupo se dividió para vivir dos experiencias únicas. Unos se metieron de lleno en las cocinas para preparar deliciosos croissants franceses y cookies americanas (sí, el aroma era tan irresistible como suena). Mientras, el otro grupo se embarcaba en un divertido trivial por continentes: en África se convirtieron en tribu, tocando instrumentos de percusión y cantando; en Europa jugaron a los bolos con formas de lo más curiosas; en el Mississippi, hicieron juegos cooperativos para ganar piezas y jugar al Conecta4, y en Oceanía… ¡hicieron una carrera de sacos! ¿Quién dijo que no se puede viajar por el mundo en una tarde?

Y lo más sorprendente, es que además de todas estas actividades, aún tuvieron oportunidad de disfrutar de ratos de tiempo libre, en los que hablar, jugar, compartir, hacer música, etc. Y aunque todo lo bueno se acaba, el domingo tocó volver a casa. Eso sí, con la maleta llena de recuerdos, nuevos amigos, aprendizajes, y muchas historias que contar.

Porque un viaje alrededor del mundo no sólo ha sido una experiencia educativa, sino una demostración de que aprender puede ser una aventura maravillosa cuando se comparte con corazón y alegría.